Detrás de un «mal» comportamiento

Por la psicóloga Ángeles Gallardo Rodríguez, que atiende a familias, niñ@s y adolescentes en nuestro centro de El Puerto de Santa María y Online.

En el bullicio de un aula, en el parque, en casa de nuestros vecinos, de nuestras amigas o en las nuestras propias, cuantas veces hemos dicho, escuchado o pensado lo malo que es un niño. Etiquetados rápidamente de por vida, sin comprender la historia que llevan dentro, su corazón que late con fuerza y un alma que pide y ruega por ser comprendida y aceptada.

A veces, son como tormentas en un día soleado, impredecibles y llenos de fuerza. Retando y removiendo todo lo que como adultos habíamos construido. Pero es crucial recordar que el comportamiento es solo la punta del iceberg; lo que yace debajo es un océano de sentimientos y experiencias que aún no saben cómo expresar.

En un mundo que muchas veces es demasiado rápido para juzgar y demasiado lento para escuchar, ¿qué es lo que realmente necesitan nuestros hijos e hijas? Necesitan que los adultos se detengan un momento, que los miren a los ojos y vean más allá de las acciones desafiantes. Necesitan ser vistas, escuchadas y comprendidas en su totalidad. Cada niño tiene una historia que contar, una historia que quizás aún no tiene las palabras para ser compartida. Sus conductas son a menudo un llamado desesperado de atención, un grito silencioso que dice: “Aquí estoy, ayúdame a entenderme, ayúdame a encontrar mi lugar en este mundo”.

Solo con una mirada digna pueden aprender a navegar sus emociones, a encontrar formas saludables de expresar lo que sienten y a construir relaciones significativas. Se trata de tenderles una mano, de construir un puente hacia su mundo y caminar a su lado en su viaje. En cada niña reside un potencial ilimitado. Lo que se requiere es la luz de la comprensión y el calor del amor para guiarlos. En lugar de verlos como problemas a resolver, debemos verlos como personas con posibilidades infinitas, esperando ser descubiertas y nutridas. En ese reconocimiento, encontramos el poder de cambiar vidas y, en última instancia, el mundo.

Foto de Daiga Ellaby en Unsplash

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